Nunca olvidaré la conversación que tuve hace dos días con Rafael, un pescador, a orillas del río Solimões, en la pequeña y aislada ciudad de Tabatinga, Brasil. Sus palabras aún rondan y resuenan en mi cabeza: “En la Amazonía, si alguien muere, morirá de hambre o de COVID 19”.
Hace menos de 24 horas que volví a casa del, lo que considero el corazón ecológico y el alma del planeta, la Amazonia. Salí de Tallahassee, Florida, el 12 de marzo para un viaje de investigación en Iquitos, Perú, donde me quedé unos días. Cuando salí de Florida, el coronavirus ya estaba en los titulares de todo el mundo, pero decidí ir con cautela, de lo contrario perdería todo el dinero que había ahorrado para hacer ese viaje. Mi objetivo era terminar el documental sobre temas ambientales en la Amazonía a través del escrutinio atento de algunos poetas locales. Pero un gran giro de eventos y situaciones me sorprendió, y, que juntos me ayudaron a ver, más claramente, quizás, más emocional y lamentable que nunca, lo que enfrentamos como especie humana.
Antes de que las cosas empeorarán y la COVID-19 apareciera en los titulares de la región, tuve la oportunidad de visitar el conocido Mercado de Belén y algunas comunidades ribereñas alrededor de Iquitos. Conocí de primera mano la ajetreada vida cotidiana de la antigua capital del caucho peruano.
El domingo 15 de marzo, alrededor de las 8 pm, el presidente de Perú, Martín Vizcarra, declaró el Estado de Emergencia en el país y cerró todas las fronteras a partir de medianoche. Y todos los turistas tuvieron menos de 24 horas para encontrar la manera de salir del país. Fue una misión imposible para muchos extranjeros, algunos de los cuales aún están aislados en el Perú sin saber cuándo regresar a sus países.
El lunes 16 de marzo, intenté salir por avión al pequeño pueblo de Caballococha, en la Amazonía peruana, y desde allí a la frontera, Tabatinga, de Brasil. Bruno Erlan, un camarógrafo brasileño, y yo (hijo de un padre estadounidense y una madre brasileña) llegamos al aeropuerto de la Fuerza Aérea Peruana con los boletos ya confirmados. Lamentablemente, el vuelo fue cancelado debido al mal tiempo.
En el aeropuerto, nos informaron que había una embarcación que saldría a las 7 de la noche hacia Tabatinga. Corrimos al puerto ENAPU a través de las caóticas calles de Iquitos. La policía local cerró las principales calles de la ciudad y el tráfico se quedó más caótico de lo habitual. Llegamos al muelle antes de las 7 y punto, pero el deslizador estaba lleno. Había más de 400 personas metidas en un ferry con una capacidad para quizás 200 pasajeros.
Entonces, decidí quedarme en Iquitos y, gracias a mi pasaporte brasileño, contacté al Consulado de Brasil en la Iquitos. Negociaron con las autoridades locales para nuestra salida. Abordamos un barco de carga en dirección a Tabatinga, que se encuentra en la Tríplice Frontera de Brasil, Colombia y Perú.
El miércoles 18 de marzo, tres días después, fuimos al Consulado de Brasil en Iquitos para que nos hicieran un chequeo médico antes de salir del país. Cuatro médicos peruanos llegaron en una ambulancia totalmente equipada para realizar algunas pruebas con nosotros (un total de ocho brasileños). Después del procedimiento, el personal del Consulado nos llevó, a todos, al buque de carga.
Pasamos tres días en un viaje aterrador por el bajo Amazonas peruano. La lancha (gestionada por el sector privado) cargó cuatro toneladas de suministros de alimentos para distribuir en las comunidades a lo largo del viaje. Nos detuvimos en los pequeños “pueblos” en Pevas, Nuevo Pevas, Cochiquinas, Alto Monte, San Isidro, San Pablo, Caballococha y Santa Rosa. Los bora, huitoto, ticuna y otros grupos étnicos habitan en parte estos pueblos ribereños. En todos ellos, pude ver un Amazonas invisible para mí hasta entonces oculto.
No pude ignorar, en todas esas paradas, las formas que estos pueblos amazónicos habían cambiado y cómo estas transformaciones estaban afectando su sustento, su cultura, su forma de vida e interacciones. Las comunidades se volvieron casi totalmente dependientes de los suministros que llegan de la capital, a través de una lancha de carga, como aquel que navegábamos. El barco descargó todo, desde arroz, frijoles, harina, huevos, agua, gaseosas y todo tipo de tubérculos y verduras, hasta materiales de construcción, cemento, fierro, herramientas, etc.
El barco de carga es recibido por las comunidades ribereñas como un suministro abundante de todo lo que el bosque ya no puede darles. Uno de los capitanes del barco me dijo: “He estado haciendo esto durante casi 30 años, y estos pueblos ya no son lo que solían ser. Hoy ves el río, pero eso es todo, no hay peces”. Continuó: “A la gente de aquí ya no le gusta cultivar, dependen cada vez más de la lancha de carga”.
En vista de la actual pandemia mundial de coronavirus, las poblaciones tradicionales de la Amazonía exigen especial atención. Todos saben que los cultivos alimenticios en la región sufren la escasez estacional de recursos de la várzea por la inundación. Productos como arroz, sandías y frijoles de playa tienden a ser más abundantes cuando las aguas bajan. Las migraciones internacionales de refugiados políticos y de desastres alteran las relaciones tradicionales de la ribera al introducir otras necesidades y hábitos alimenticios. El desplazamiento de la población de individuos sin tierra desde el sur y el sudeste hasta el Amazonas refuerza este cambio de perfil: estas poblaciones no saben cómo plantar y cosechar en el bosque, excepto cuando ya se han llevado a cabo la tala y la quema del bosque.
Esta situación hace que cambie el perfil demográfico de las poblaciones locales, provocando la migración inducida de los asentamientos en Iquitos, además de los refugiados venezolanos y haitianos, y las poblaciones desterritorializadas de la región amazónica y de la Pan-Amazonía están empeorando en estos tiempos de la COVID-19. Los cambios en la forma de vida de las poblaciones tradicionales los hicieron depender de la mercancía de las grandes ciudades, que llegan semanalmente a las comunidades por el río, exigiendo una real preocupación de una eventual supresión de la oferta.
Las relaciones de mercado en el bajo Amazonas peruano, en una región con poca influencia externa, produce una dependencia de los bienes extranjeros por el intercambio de productos regionales. Estas relaciones limitan las actividades tradicionales de recolección, caza y producción de comunidades ribereñas a la agricultura familiar sujeta a la conveniencia de los ingenieros agrónomos.
La población de la Amazonía está creciendo exponencialmente. ¿Cómo puede la producción satisfacer las necesidades de la comunidad? ¿Cómo se pueden reinventar las formas de satisfacer las necesidades básicas sin dañar la naturaleza? Esa es la vieja pregunta en el corazón del problema.
Las comunidades ribereñas del Amazonas dependen del acceso a las lanchas de suministro, ya que no pueden producir sus propios alimentos. Además, no tienen acceso a la propiedad de la tierra, no tienen acceso a los medios para hacer que la agricultura sea productiva y, por lo tanto, no tienen papel moneda para la producción adicional. Solo las comunidades más aisladas de pescadores indígenas mantienen su subsistencia. El trabajo de recolección a nivel de alimentos también se ha modificado al controlar el uso de la tierra.
El método tradicional de preparación de la tierra, la quema y el rozado, está prohibido. La prohibición proviene de una legislación ambiental que parece ingenua. Los ambientalistas externos defienden la inviolabilidad de la naturaleza y el desalojo de la población para preservarla. ¿Está correcto? Esta ha sido una discusión recurrente por parte de grupos multilaterales desde 1992. Los extraños afirman que la técnica tradicional de quema para limpiar la tierra antes de la siembra agrícola es perjudicial para el medio ambiente. Muchos argumentos ambientales sostienen que la quema produce un exceso de calor. Hay mediciones recientes de esto en el verano amazónico. La caza, que ya es estacional, también es imposible durante la temporada baja, debido a las inundaciones. Las leyes de prohibición actuales en Brasil son municipales, estatales y federales. El valor del pescado capturado es insignificante y se procesa el seco-salado para uso local fuera de la temporada. En cambio, el valor del pescado está determinado por las relaciones comerciales entre los pescadores y no involucra al pescador.
Y se procesa el seco-salado para uso
Todo esto tiene implicancias para los cambios en el uso de la tierra, cuando el destino del trabajo agrícola de los pueblos ribereños y de los indígenas deja el comportamiento tradicional y la comida local básica para cultivar cosas que generalmente no comen. El caso de la expansión de las semillas oleaginosas, explorado en el sur de Amazonas, Humaitá y Porto Velho para la exportación, son ejemplos. Estas prácticas, cada vez más comunes, están aumentando en la Pan-Amazonía.
Por lo tanto, la adquisición de nuevos hábitos alimenticios, principalmente pollo, pasta, frijoles, cecina y arroz, impone la dependencia del comercio mayorista y minorista, así como la presencia de embarcaciones para el transporte, que la orilla del río intercambia por frutas frescas y raras de temporada, pescado fresco y salado e incluso para caza. De hecho, este ‘sistema’ de dependencia de estos bienes es muy antiguo, al menos tan antiguo en el Amazonas como el comercio del caucho, que continuó con el comercio de la madera y otros tipos de economía de extracción. La dependencia no es nueva, pero a medida que tengamos más productos disponibles y más suministros regulares, mayor será. Finalmente, los lazos de la tradición son reemplazados por las relaciones de mercado, dependiendo de las rutas comerciales establecidas, y ya no en la naturaleza.
Los pueblos indígenas de la Amazonía están dotados de un conocimiento extraordinario para la convivencia humana y una relación armoniosa con la naturaleza. Es cada vez más urgente escucharlos y preservar sus valores culturales y ecológicos para garantizar su supervivencia y, en consecuencia, la supervivencia de la Amazonía. De lo contrario, el proceso de colonización y la expropiación de las costumbres ancestrales continuarán, y el espectro COVID-19 solo servirá para acelerarlo.
Dr. Marcos Colón coordina el programa de portugués en el Departamento de Lenguas y Lingüísticas Modernas de la Universidad Estatal de Florida; También es escritor, director y productor de “Más allá de Fordlândia: un relato ambiental de la aventura de Henry Ford en el Amazonas”