La Reserva Biológica de Abufari: un santuario amazónico de tortugas en el río Purús

default img

Tortuga del Amazonas durante el proceso de desove en la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari, en el río Purus, en Tapauá (AM), el 20 de septiembre de 2025.
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

La Reserva Biológica de Abufari: un santuario amazónico de tortugas en el río Purús

Marcos Colón (texto) y Edmar Barros (fotos)
24 de octubre de 2025

Al llegar a la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari, en Tapauá, en el estado brasileño de Amazonas, uno se encuentra con un escenario en el que se entrelazan en poética armonía la grandiosidad de la naturaleza y la vigilancia humana. No es solo una franja de arena, sino el mayor santuario de quelonios de agua dulce del planeta. La reserva de Abufari es, junto con la de Guaporé, en el estado de Rondonia, uno de los dos mayores refugios del mundo que se dedican a la conservación de la tortuga charapa arrau y otros quelonios, lugares raros donde la vida encuentra un espacio para volver a empezar, generación tras generación.

default img

Vista aérea de un tramo de la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari, en el río Purus, en Tapauá (AM), el 22 de septiembre de 2025
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

Bajo la suave luz de un amanecer de septiembre de 2025, las arenas blancas de las orillas del río Purús esconden miles de vidas dormidas: las charapas arrau. Las hembras empiezan a desovar de madrugada y terminan poco después de la salida del sol, dejando sobre la arena delicadas estelas que serpentean hasta el agua. Las gaviotas sobrevuelan la zona y se posan cerca; algunos de sus nidos, expuestos en la superficie de la arena, componen una sinfonía de cuidados compartidos entre especies. En el horizonte, a cuatro horas de barco, donde las aguas del río Ipixuna se encuentran con las del Purús, se divisa un barrio flotante de palafitos de colores: unas ochocientas familias viven sobre el río, sin saneamiento básico, revelando un destacable contraste entre la resistencia humana y la precariedad. Proteger la vida, ya sea la de las tortugas que emergen de la arena o la de los habitantes de las casas flotantes, es un desafío diario bajo el mismo cielo amazónico.

default img
default img

El Analista Ambiental Diogo Lagroteria, del ICMBio, realiza la recolección de muestras de huevos de tortuga del Amazonas para investigaciones genéticas en la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari, en el río Purus, en Tapauá (AM), el 20 de septiembre de 2025.
Fotos: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

Fueron tres noches de viaje en un barco regional, en una hamaca que se mecía al ritmo lento de las olas, donde el tiempo parecía doblarse con el agua. El Solimões queda atrás y el Purús, con su laberinto de curvas infinitas, nos muestra que aquí el tiempo y la distancia obedecen a otra lógica. El barco avanza durante horas —seis, ocho— sin que parezca salir del sitio; como dicen los ribereños: “navegamos, navegamos… y volvemos adonde empezamos”. Llegamos a la base de control, protegida por agentes del Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), que se turnan en la vigilancia nocturna y diurna. La base es sencilla, con hamacas tendidas y pocos recursos, pero tiene una misión superior a cualquier comodidad: proteger las vidas que allí nacen. El silencio no está vacío: lo llenan el susurro de las alas, el viento en las copas de los árboles, el murmullo de una playa que, incluso antes del amanecer, ya alberga un trabajo paciente. En este intervalo entre la noche y el día, las charapas arrau trepan por la arena, cavan hoyos profundos y entregan al suelo nuevas oportunidades de vida.

Justo antes del amanecer, vimos emerger de la oscuridad a las charapas arrau que llegaban para desovar. El analista medioambiental Diogo Lagroteria nos acompañó y nos enseñó el protocolo de cuidado: mantener distancia, no interrumpir el gesto ancestral de enterrar la vida. Las hembras cavan agujeros de casi un metro de profundidad para proteger sus huevos. Cada cría que atraviese esta barrera de arena dentro de 45, 60 días se enfrentará a un desafío comparable al de un ser humano que escalara el Everest al nacer. Solo algunas llegarán vivas al agua.

Las crías enfrentarán un camino casi imposible, teniendo que superar a los depredadores, la corriente y la mano humana.
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

En la playa, la calma parecía completa hasta que la rompió el clamor de las gaviotas. Sus gritos agudos se elevaban como un coro de centinelas, un canto áspero y persistente que no era de armonía, sino de protección. Cada nota era una advertencia, una defensa contra los buitres que merodeaban alrededor de los nidos expuestos. El sonido, repetido e insistente, llenaba el aire como un muro invisible erigido alrededor de la frágil vida que reposaba en la arena. Las tortugas, por su parte, indefensas ante los ataques, se limitan a continuar el ritual de la puesta. Allí nos dimos cuenta de que la supervivencia comienza rodeada de amenazas.

Las crías recorrerán un camino casi imposible, teniendo que superar a los depredadores, la corriente y la mano humana. Décadas más tarde, 20, 30, tal vez 50 años, las pocas tortugas que alcancen la edad adulta volverán a la misma playa para repetir el gesto ancestral de desovar. Es un ciclo largo, frágil y perseverante que convierte la Reserva Biológica de Abufari en algo más que un territorio: es un verdadero refugio. Aquí, las tortugas se sienten seguras para entregarse al trance del desove, vulnerables durante horas y horas bajo la luna, mientras los buitres merodean a la espera de un descuido. En este espacio de protección, garantizado por la presencia de los agentes y el silencio de la selva, confían el futuro de la especie a la arena.

Durante los pocos días que pasamos en la Reserva Biológica de Abufari, registramos lo que sucedía en esta cuna de vida. Pirarucús, caimanes, aves y tortugas comparten este territorio virgen, aún resguardado a pesar de la constante presencia de depredadores humanos y de la frágil infraestructura de control. Vimos de cerca la lucha desigual: pocos agentes y solo dos pequeñas embarcaciones contra un río inmenso y el comercio ilegal que insiste en merodear por sus orillas. Pero los motores de las patrulleras cortan el río como voces firmes, recordándonos que la reserva no duerme sola.

default img

Agentes del ICMBio decomisan tortugas y otros quelonios al inspeccionar un barco en la Reserva Biológica de Abufari, en Tapauá (Amazonas), en septiembre de 2025.
Fotos: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

Un ciclo amenazado

Creada en 1982 por el Decreto Federal n.º 87.585, la Reserva Biológica de Abufari ocupa más de 223.000 hectáreas en el municipio de Tapauá, en el sur del estado de Amazonas. Es uno de los epicentros de la reproducción de la Podocnemis expansa, la mayor tortuga de agua dulce de Sudamérica, y cuenta con la mayor zona de anidación en una unidad de conservación de protección integral. Cada año, más de 100.000 crías —en los favorables llegan a 200.000— rompen la arena y emprenden su desesperada carrera hacia el agua. Pocas sobreviven, pero las que llegan al río llevan consigo el milagro de la continuidad.

default img

Los registros muestran una caída dramática: de casi 240 mil crías en 2017, quedaron poco más de 120 mil en 2024.
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

La misión de la reserva de Abufari, recuerda la directora y analista medioambiental Rita Lima, está escrita en su propio plan de gestión, pero también se revela en el silencio de la playa y en los esfuerzos de los agentes: “Proteger la biodiversidad de los lagos y llanuras aluviales y, sobre todo, la mayor zona de anidación de quelonios de la Amazonia en una unidad de conservación integral; ser un centro de investigación y educación medioambiental, y que la población local reconozca esta importancia”.

La arena se mueve cada temporada de eclosión, pero lo que antes era abundancia ahora es ausencia. Como revela Rita Lima, los registros muestran un descenso dramático: de casi 240 000 crías en 2017, el número descendió a poco más de 120 000 en 2024. El cambio climático, las sequías más graves, las crecidas más impredecibles y los delitos contra el medioambiente, como la recolección ilegal de huevos y la caza de tortugas, ayudan a explicar este declive. Sus huevos y su carne se siguen consumiendo como manjar regional y la presión humana es tan fuerte como la de los depredadores naturales.

Entre 2022 y 2024 se registraron casi 210 actas de infracción en la reserva. Cada número lleva el recuerdo de una noche de patrulla, de una embarcación interceptada, de un intento de saqueo interrumpido. Es la lucha silenciosa de los agentes que, cada mes de julio, descienden el Purús para proteger los nidos expuestos por el reflujo, cuando la especie revela su mayor belleza y, a la vez, su mayor fragilidad.

default img
default img

Poucos agentes e apenas dois barcos pequenos enfrentam o comércio ilegal que insiste em rondar as águas do Rio Ipixuna com Rio Purus, onde cerca de 800 famílias vivem sem saneamento básico. Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.
Fotos: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

default img

En la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari se extiende el mayor santuario de quelonios de agua dulce del planeta.
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

La primera línea

Este paisaje no se protege solo. En la reserva de Abufari, la presencia humana que importa viste uniforme y lleva un cuaderno. Son analistas, inspectores y agentes temporales del ICMBio y del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama), que trabajan en turnos de 24 horas en bases sencillas, con pocos recursos y de difícil acceso. Duermen en hamacas, dependen de pequeñas embarcaciones y desafían la inmensidad del Purús para vigilar las playas, guiar a los pescadores y evitar los saqueos.

Entre las curvas del Purús también surgen los guardianes humanos. Tamirês Mutz, analista medioambiental, camina entre los nidos junto a los agentes medioambientales locales, atentos como si escucharan el corazón de la arena. Diogo Lagroteria recoge huevos como quien tiene el futuro en sus manos. Y Rita Lima une la inspección, la ciencia y la comunidad, manteniendo vivo el pacto con la selva. En ellos, la conservación encuentra rostro, gesto y voz.

La reserva de Abufari es un corredor de vida donde los pirarucús suben a respirar, los caimanes vigilan discretamente y las aves se disputan el espacio con los buitres para defender los frágiles nidos. En el complejo lacustre de Chapéu, cientos de lagos, arroyos y humedales forman un mosaico de diversidad que alberga especies amenazadas y sustenta a las comunidades ribereñas. En la confluencia de los ríos Ipixuna y Purús, un barrio flotante donde viven unas 800 familias nos recuerda que la conservación es también una cuestión de dignidad: sin saneamiento básico, sin alternativas económicas, la presión sobre los recursos naturales sigue siendo elevada.

default img

Apoyar el trabajo del ICMBio y del Ibama es salvar no solo a las tortugas: es defender la Amazonía como cuna del futuro.
Foto: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

La lección de las tortugas

Con cada cría que rompe la arena y llega al río, la reserva de Abufari reafirma su esencia: ser una de las últimas grandes cunas de vida de la Amazonia. Pero este milagro no está garantizado. Depende de una vigilancia constante, de políticas públicas serias, de la participación de la comunidad y de la capacidad de recuperación de las propias tortugas.

Las imágenes de esta galería nacieron de este pacto de atención: del esfuerzo silencioso de las hembras, las vigilias al amanecer de los agentes, la persistencia de los investigadores y la fuerza de la propia selva. Ver estas fotografías es oír decir al río que la vida necesita tiempo, espacio y seguridad. Es reconocer que cada nido excavado en la arena, año tras año, es también una lección de resistencia: contra todas las curvas del Purús, contra el peso del cambio climático y contra la codicia humana.

La reserva de Abufari nos enseña que la defensa de la vida nunca es solitaria, sino un acto colectivo. Amparar el trabajo del ICMBio y del Ibama significa salvar no solo a las tortugas: significa defender la Amazonia como cuna del futuro. En las playas de arena blanca del Purús aún se revela una belleza extrema: con cada huevo que se esconde en la tierra, con cada cría que sube a la superficie, la selva reafirma su vocación de supervivencia. Las siguientes imágenes son un llamamiento de la resistencia silenciosa de las tortugas, de los agentes y de la selva. No la contemplemos solo: atesorémosla, como el río atesora la vida en sus curvas infinitas.

default img

Analista Tamires Mutz (a la izquierda) y agentes del ICMBio realizan monitoreo de la playa principal de la Reserva Biológica de Abufari, en Tapauá (Amazonas), en septiembre de 2025.
Fotos: Edmar Barros/Amazônia Latitude.

default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img
default img

Texto: Marcos Colón
Fotos: Edmar Barros
Revisão: Juliana Carvalho
Montagem da página: Fabrício Vinhas
Direção de Redação: Marcos Colón
Traducción: Meritxell Almarza

Acesse gratuitamente

Deixe seu e-mail para receber gratuitamente a versão digital do livro e ampliar sua leitura crítica sobre a Amazônia e o Brasil.

Download Livro

Este conteúdo é parte do compromisso da Amazônia Latitude de tornar visíveis debates e pesquisas sobre a Amazônia e o Brasil. Continue explorando conteúdos no site e redes sociais e, se quiser fortalecer esse trabalho independente, considere apoiar via pix: amazonialatitude@gmail.com.

Translate »