‘Ukamara – Ojo de Serpiente’: Carta de relación

Foto: Marcos Colón/Amazônia Latitude

Foto: Marcos Colón/Amazônia Latitude

Ukamara. Ojo de Serpiente
Carlos Reyes Ramírez
Pakarina Ediciones, Lima, 2022.
80 páginas
pakarinaediciones.org

DOI 10.33009/amazonia2023.5.9

🇧🇷 Versão em português

La historia de los seres humanos es una de trashumancia, de búsquedas y de ansias, ciertas conquistas y no pocas derrotas. Desde su expulsión del idílico Paraíso, el ser humano ha tenido que conquistar, no sólo su entorno y los modos de supervivencia en él, sino su propio desconocido yo, porque solo quien se conoce en su intimidad puede establecer negocio con el mundo. Y en este vínculo es que alcanza el ser humano su sentido y realización. Es en estas coordenadas donde se instala el libro de poemas Ukamara. Ojo de serpiente, del poeta peruano Carlos Reyes Ramírez.

Conformado por cuarenta y dos textos, el autor se ha decidido por el poema en prosa, muy cercano en este caso a la viñeta, pero de un modo en que se fusionan elementos distintos para conseguir una mayor poeticidad. Como dijera Octavio Paz, un poema se conoce por la cantidad de prosa que puede soportar. El autor sale aquí airoso, pues si bien no se ajusta al verso libre al uso y se inclina por un formato más abierto y múltiple, le confiere a este una tensión de sentido en las frases, un margen de connotaciones, y un sostenido tono donde la reflexión y lo lírico se funden con sutileza que indudablemente nos introduce en el reino del poema.

Ukamara. Ojo de serpiente es una suerte de carta de relación del hombre en sus afanes y alcances. Un recorrido por lugares, empeños y resultados donde se evidencia ese intento del ser humano por construirse otro mundo a partir de la naturaleza que lo ciñe, nutre y determina. Así, al inicio, el primer verso nos deja sentir esta cualidad: “El amor en ríos lejanos solo es posible en un barco/ donde las máquinas se han destruido y se ha detenido el mundo.” Ya aquí parecen nucleares los elementos principales que se ampliarán y ahondarán en el resto del poemario. Fijémonos en las palabras clave: amor, ríos, máquinas, mundo. Amor es el aglutinante de los seres humanos para poder ser criaturas de socialización y trascendencia; los ríos no solo son la representación de la naturaleza, son el agua que permite la vida, la comunicación, y simbolizan el fluir del tiempo. Las máquinas son el aporte de la inteligencia humana a lo recibido de la naturaleza, para potenciar sus empeños y domeñar los desafueros de aquella, pero que también pueden convertirse en elemento destructor de lo natural, por insensatez y ambición de quienes las crean. Por último el mundo, como el espacio donde se ha instalado esta epopeya de naturaleza y criaturas humanas, para la convivencia y, lamentablemente, para no pocos enfrentamientos y pugnas.

El libro está recorrido por un continuo movimiento de los sujetos, en un constante afán de llegar a una meta, no siempre conocida del todo, pero si sentida como una pulsión interior que atrae y arrastra a un más allá:

La nave para enrumbar hacia otras costas y dar la vuelta al globo, para girar sobre nuestro eje, para ir y venir en una elipse desvestida, en una fórmula elaborada de la mecánica cuántica y en los misterios nocturnos de los montes silenciosos y húmedos.

Es en ese andar entre las costas cercanas y otras distantes, entre lo conocido y lo ignoto, la mecánica cuántica y los misterios, que despliega su existencia el ser.

La vida puede ser un juego de azar: “todos tenemos el credo del azar fundado en el artificio de los guarismos”. Es algo que se percibe en el día a día de los buscavidas. El hombre que sale cada día a encontrar los elementos que le permitan cumplir sus anhelos no deja de arrostrar esa conjunción de elementos aparentemente inconexos pero que en un instante se juntan para crear una circunstancia propicia o aciaga, el azar, que definitivamente tiene un papel en nuestra existencia. No todo es una ordenada causalidad y la vida en estos parajes de abundante naturaleza es, por su ilimitada diversidad, muy propensa a los embates del azar.

Es precisamente debido a esa condición donde el hombre no puede decidir del todo su quehacer y destino, que este siente la fuerza de algo que lo supera y sobre el cual no tiene control. Entonces, el sujeto lírico afirma:

Pero el tiempo pasa y las fuerzas se agotan entre día a día. Ahora siento miedo y sé que el temor tiene ojo de serpiente que acecha. / El peligro amenaza/. Estoy atento al albur.

El esfuerzo de tratar de cumplir sus empeños en ese lujurioso ámbito selvático se ve condicionado por obstáculos que le restan energía al hombre. Del reconocimiento de que hay fuerzas mayores que lo adversan surge ese sentimiento paralizante, el temor. No es casual que emplee el símbolo de la serpiente, criatura artera que introdujo el pecado en el pensamiento judeo-cristiano.

Tras el acto de buscar se halla el deseo de la felicidad; “Ningún pueblo resiste a ser feliz. La felicidad es irrepetible y perturbadora.” Por eso el ser humano está condenado por siempre a ser un trashumante, la felicidad encontrada se convierte en una tentación hacia lo no hallada y así debe andar siempre buscando, en ciclos que se cierran y abren perpetuamente.

El hombre no se encuentra solo impugnado por el azar o las enormes fuerzas de la naturaleza. Es también víctima de la ambición y la insensatez de sus propios semejantes. Esto es lo que conviene a algunos sujetos en parias dentro de su propio ambiente. Así reconoce el sujeto lírico: “…somos ignorados e ignorantes en este país que estalla por las esquinas”, entorno explosivo causado por la porfía de intenciones entre quienes desean apropiarse del los bienes que les ofrece el entorno. Entonces esto lleva a los sujetos a sentirse disminuidos y a buscar un sentimiento de solidaridad ante el cadalso de las circunstancias: “donde los desdichados buscan compasión cristiana y cuyos despojos somos nosotros…” Nótese a qué estado de minimización puede llegar el individuo en una realidad que lo sobrepasa y llega a reducirlo a “despojos”, eso que queda cuando la ardua existencia ha mordido en los seres.

Esa situación tiene que ver con el propio devenir de los seres humanos en su ardua conquista de bienes materiales, sobre todo, y espirituales. El poeta entiende que los sujetos que habitamos este mundo, a pesar de las eras transcurridas, aun vivimos en “perenne adolescencia”. Esto es, considera a sus semejantes en ese estado del desarrollo personal caracterizado por la inmadurez, la incertidumbre, la irrefrenable disposición heroica sin considerar riesgos o indeseadas consecuencias, etapa de tránsito más que de llegada. Lo cual nos hace inferir que debemos aun cumplir arduas jornadas para llegar a la adultez que nos confiera definición y firme estatuto.

A lo largo del libro hallamos un minucioso trasfondo del entorno. Esta es una poesía donde fluye subyacente ecopoetry como un llamado sobre la interacción entre los humanos, no humanos y el medio. En ella este es un prodigioso elemento que en mucho conforma y determina el destino de los sujetos: “Y tú, Ukamara, portentoso territorio de sueños y cosechas, te desprendes del planeta como un celestial cohete que atraviesa el principio de la vida y avivas la bronca acumulada en los aguajales.” Ukamara es el espacio para los anhelos y las realizaciones, así como origen de toda existencia. Es ahí, en su vecindad e intercambio, donde se afanan y viven los seres humanos.

No obstante, la mirada del poeta, sin dejar de ocuparse del ambiente y las lesiones que el hombre en su empeño de crecimiento le ha casado, no se enfoca tanto a lo que significa ese entorno como al esfuerzo y el trasiego de los seres que lo habitan. Esto resulta de una indagación existencial sobre estos sujetos:

Hemos guardado las botellas de aguardiente para cuando pase el temporal, cuando la brisa silbe como un ave diurna y sople a nuestro favor

Al parecer hay una intención de extraer una conclusión axiomática sobre la actitud humana en esta relación y la expresión de un empeño de hallar tiempos más amables y juiciosos en la misma. Porque hasta ahora, el resultado no ha dejado de costar vidas y sangre, desde esa adolescencia expresada, las empresas de los hombres han sido de conquista más que de cooperación y entendimiento: “Y tú, Ukamara, hablas desde las malocas y haces públicos los poemas dispersos sobre el pasto, aquellos que libran cruentas cruzadas desde el tiempo primordial hasta el fin de los siglos.” Quedan los poemas dispersos, actos del hombre que quiere reducir la vida a símbolos para comprender mejor, como memoria y advertencia.

Ya en sí la naturaleza constituye un infinito poema que le habla al ser humano de su condición, sus trabajos y su destino. De modo que el hombre que quiere saber de dónde viene todo lo que ha llegado a ser, incluido él mismo, debe estudiar su medio. Así lo confiesa el sujeto lírico: “Me senté a mirar cómo pasa el agua debajo de canoas y balsas revelando el nacimiento del mundo”

Es en la comprensión y la solidaridad con la naturaleza donde el ser humano podrá hallar su benévola realización: “Nadie podrá amarse en esta fecunda tierra sin tu consentimiento… La tranquilidad está aquí: la felicidad, el agua y el corvo arcoíris.” La felicidad es un hermanamiento del hombre con su medio, con el agua que es presencia que fluye y el arcoíris que es la colorida posibilidad en lejanía.

Como hemos dicho, este es un libro sobre afanes y anhelos de los hombres, sobre su fatigoso ir y venir en busca de un sentido y su realización. No resulta casual que el poeta lo resuma así: “Mi vocación fue ser navegante y gambusino en los ríos donde vi el amor de la gente germinando como semilla de aguaje en busca de sol y sabiduría.” El sujeto lírico de Ukamara. Ojo de serpiente es, por lo general, alguien que transita sus rumbos para conocer, alguien que busca algo valioso en medio de la vida que sempiternamente nace, muere y se rehace. Alguien que no ha llegado pero que ya se siente en camino, pues lleva el latido de la vida en sus pies que marcan la espesura.

Marcos Colón tiene doctorado en estudios culturales de la Universidad de Wisconsin-Madison, es profesor en el Programa de Salud Pública de la Universidad Estatal de Florida y director de los documentales “Beyond Fordlândia” y “Pisar Suavemente na Terra”
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