Chapurai y el sueño de los hombres de Agua
Dicen los antiguos, que contaban los más lejanos abuelos que todo lo que se puede ver desde la vieja y olvidada laguna de Wanana, pasando por Karrouya hasta el inmenso pajonal que resplandece con el sol, Gran Eneal, antes era una sola inmensidad desierta y sin vida.
Allí vivían los hombres. Sólo el viento desolado soplaba sobre sus rostros.
A la intemperie, sus almas sufrían de pena.
¡Ay, que ni un árbol puede guarecer a mis abuelitos!
Solos, lloran de calor en el día y de frío en la noche.
Entonces nació Apañakai, el primogénito, el primer hijo varón.
Apañakai se hizo joven, fuerte y decidido, y una mañana de hambre salió en su cayuco a buscar un rumbo en las aguas.
Por varios días con sus noches navegó el Apañakai, hasta que en su cansancio, pudo ver una tierra lejana. Era una isla.
Apañakai subió a lo más alto de ese cerro pelado y pudo ver la inmensidad del mundo. Entonces, la llamó To’ure.
Esa mañana, mientras miraba correr los marullos, vio navegando silencioso un ramito que bogaba como historia muerta sobre las aguas.
El primogénito, ya cansado de fracasos, bajó de To’u y recogió de las orillas el insignificante ramito.
Triste y atormentado, lanzó el bejuquito que directo fue a clavarse en la tierra mojada de la playa.
Sólo tres días y tres noches pasaron.
Apañakai seguía mirando desde la cima de To’u la soledad del mar.
Sólo tres días y tres noches pasaron.
Entonces, el primogénito descubrió desde la cima de To’u el nacimiento de un árbol que había crecido en la orilla de la playa.
Emocionado, bajó a ver la maravilla.
En aquel momento, descubrió que dentro del árbol el follaje era como la cumbrera del mundo, y había muchos animales entre los que se encontraba un pícaro Chapurai o zorrito lavamanos.
Apañakai, nervioso, algo inquieto todavía por la súbita aparición del árbol que había crecido en las orillas de To’u, se acercó al Chapurai para verle los ojos de cerca. Fue cuando el pícaro animalito le dijo:
— Apuesto a que tú eres de la gente que viene de Wanana, Karrouya y la empozada de Gran Eneal.
— Si, de allí vengo. Ando buscando un lugar donde vivir, algún sitio donde comer, el hambre en la desolación es mucha.
¡Ay, que mi casa no tiene sitio!
¡Ay que no tenemos ni un animalito para comer!
Entonces, el Chapurai sintió el peligro porque Apañakai estaba hambriento.
Pero como era un zorrito muy pícaro, de inmediato le dijo:
— Ah, pero si es hambre lo que tiene tu gente pues, no más que tienes que atrapar a ese animalote que ves allá sobre la rama.
Apañakai miró el animal señalado y vio que era una Waluá (Babilla) dormitando, flotando sobre una rama en el pantano.
El primogénito fue y la cazó y la comió arreito.
Esa noche soñó que desde entonces, toda su gente no dejaría de andar en los pantanos de los ciénegos.
Al día siguiente se volvió a encontrar debajo del árbol con el pícaro Chapurai y el primogénito le dijo:
— Luego de comer la Waluá que me señalaste, tuve el sueño de que mi gente jamás dejará de nadar en los pantanos. Fue sabrosa la babilla pero no me gustó su sueño.
— No te preocupes –dijo el pícaro Chapurai-. Si quieres tener un sueño diferente, sólo tienes que comer de esa fruta, esa que ves colgada en ese ramo.
Miró Apañakai la fruta señalada y vio que era un guanábano de agua. Lo comió, y esa noche soñó que su gente jamás podría sembrar huertos ni nada que viviera colgado de árbol.
A la vuelta del sol, Apañakai volvió al árbol nacido del ramito solitario y se encontró de nuevo con el pícaro zorrito quien, sabiendo del sueño que el primogénito había tenido, se anticipó diciendo:
— No me digas lo que has soñado por comer el guanábano, eso fue porque olvidé decirte que el guanábano hay que comerlo con la chicha de raíces del eneal.
Apañakai fue entonces al eneal, extrajo sus raíces y preparó la chicha. Luego de tomarla, soñó que su gente para siempre viviría en las tierras que hoy ves: las que van desde la antigua y anegada laguna de Wanana pasando por Karrouya y su lugar de los espejos, hasta llegar a ese Gran Eneal que serpentea al mediodía.
Al cuarto día, Apañakai fue al encuentro del zorrito pícaro quien, nuevamente quiso adelantarse al sueño del primogénito pero éste lo tomó por sorpresa y se lo comió diciendo:
¡Ay que me has condenado en mis sueños!
¡Ay que nos has dejado en las tierras anegadas por todos los tiempos!
¡Ay que extraña comida eres!
Desde ese momento, Apañakai pudo ver los sueños de todo lo que con sus ojos miraba: supo que las aguas sueñan todas las noches con volver a unirse al cielo; los animales sueñan con volver al tiempo en que fueron las primeras gentes sobre la tierra, los árboles sueñan, a veces, con atrapar las nubes con sus ramos; pero, las más de las veces sueñan con su tarea de sostener al mundo con sus raíces bajo la tierra; y también, Apañakai podía ver los sueños y pesadillas de la gente.
Por eso, desde entonces el Chapurai huye de los descendientes de Apañakai, quienes, desde la cima de To’u les observan, les persiguen para comerlos y así poder ver los sueños y así lograr algún día, soñar con poder huir de las tierras desoladas y anegadas de la vieja y olvidada laguna de Wanana, pasando por Karrouya y su lugar de los espejos, hasta llegar al serpenteado Gran Eneal que ahora ves, apagado por la tarde.
José Ángel Quintero Weir fue docente a todos los niveles (Primaria, Secundaria, Universitaria y de Posgrado) durante 40 años, siempre ha estado vinculada a la relación educación-libertad, educación-autonomía, y por lo que actualmente impulsa la Universidad Autónoma Indígena como un espacio libre para el debate y la autoformación en virtud y en función de la Autonomía de los colectivos, grupos, pueblos indígenas y no indígenas en toda Abya Yala, lo que le ha llevado a recorrer en par de oportunidades diferentes pueblos de México donde, luego de realizar estudios de Maestría y Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, como alumno del Maestro Carlos Lenkersdorf, siempre retorna con deseos de compartir sus experiencias en Venezuela y otros países de Sudamérica como Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil.